Lewis mumford. Pepitas de calabaza, Logroño, octubre 2013
Argelaga
El libro que nos ocupa, Historia de las utopías (1922), constituye la primera obra de Lewis Mumford. Obra, pues, de juventud pero que muestra ya las inquietudes esenciales que nuestro autor irá desarrollando a lo largo de su vida.
Es justo señalar que el libro de Mumford es anterior a Ideología y Utopía de Mannheim, a los escritos de Popper sobre la «sociedad abierta», a la Oda a Charles Fourier de Breton y a Historia y Utopía de Cioran, entre otros. Es también anterior a las distopías clásicas de Huxley, Orwell y Bradbury, pero contemporáneo de las de Zamiatin y Wells. ¿Cómo valorar entonces su aportación en una época como la nuestra que ha dejado atrás la escritura utópica y que ha trivializado hasta la náusea la misma distopía a través del cine y la literatura comercial?
El prólogo que Mumford escribió para la edición de 1962, y que se incluye en esta reedición de Pepitas, nos aclara bastantes dudas sobre el significado que Mumford podía otorgar a la utopía en la historia.
En ese prólogo Mumford pone en perspectiva su obra de juventud. Vuelve críticamente sobre la República de Platón, cuya valoración, demasiado amable, nos parecía que dejaba un tizne de incongruencia al lado de las pertinentes objeciones que, sin embargo, no ahorraba a la hora de analizar el resto de las obras utópicas, desde laEdad Media hasta la época contemporánea. De igual modo, denuncia la empresa futurista larvada en los proyectos políticos de la modernidad. Como nos dice: «los revolucionarios del siglo xviii y sus seguidores más recientes a menudo exageraban la maleabilidad de la sociedad y, lo que es peor, imaginaban que descartando meramente el pasado conseguirían la clave de un futuro mejor […]» Ya en su libro de 1922 advirtió que la gran mayoría de las derivas utopistas contenían un germen de racionalismo asfixiante, de esclerosis autoritaria, de deseo de orden y de perfectibilidad inhumana. Como también lo señala claramente: «Pero una vez superado Platón, reparé en las tendencias dictatoriales de la mayoría de las utopías clásicas.»
En su libro se revela ese carácter rígido e inorgánico de las utopías, que paraliza toda posible evolución del ser social e individual. Esclarecedoras son sus críticas, por ejemplo, a la sociedad utópica de Edward Bellamy, en su obra Looking Backward, que a principios del siglo xx era todavía un libro de referencia para muchos socialistas en Estados Unidos.
Ahora bien, lejos de desdeñar sin más el irrealismo insensato y mecanizado de muchas de las utopías analizadas, en 1962 Mumford sigue encontrando elementos valiosos en el pensamiento utópico. Uno de ellos, como lo señala, es la ambición de contemplar la sociedad como una totalidad y no como un conjunto de fragmentos aislados prestos al análisis del especialista. Y este es uno de los rasgos más perdurables del legado mumfordiano: el empeño en observar las sociedades con la pasión del naturalista que se sabe inserto en un cosmos viviente.
El «anti-utopismo» de Mumford nace, primero de todo, de la convicción de que, en último caso, no tenemos otro campo de experiencia que la vida misma en la que nos agitamos y que, por tanto, no podemos salvar un esquema utópico cualquiera para anteponerlo a esa riqueza empírica y espiritual que constituye la existencia toda. La importancia de esta revisión de su libro cuarenta años después no es sino la reafirmación de esta idea sumada a la insistencia de que, pese a todo, la escritura utópica guarda en sí misma la semilla de otros mundos realizables. Esos senderos nunca hollados por la historia de los pueblos son una invitación a la creatividad colectiva, a la lucha por una situación más digna fuera de cualquier doctrina que afirme la fatalidad histórica. La bomba nuclear, el campo de exterminio, el gulag, son hechos innegables pero nunca el producto de un desencadenamiento inevitable. En ese sentido, Mumford va más allá que Cioran en su Historia y Utopía. Cioran trataba con sorna la literatura utópica. Con la lucidez desesperante que siempre le distinguió sus dardos podían clavarse fácilmente en los rasgos más candorosos, excesivos y ridículos de las concepciones utópicas. Pero, a diferencia de Mumford, fue incapaz de ver que en ese candor hay a menudo relumbres de humor, audacia e imaginación, auténticas claves para avanzar en el laberinto de nuestra época. Desdeñar las utopías de Fourier y Morris sin más, como hace Cioran, es estar ciego a su potencial de poesía y de descubrimiento. Y de rebelión. Mientras Cioran tiene prisa por enterrar todo utopismo con el fin de poder seguir dedicado al rentable ejercicio de su pesimismo exquisito, Mumford pone al principio de su obra la valoración de la utopía como prólogo de un verdadero esfuerzo para diseccionar la pesadilla de la formación del Poder en la historia.
Para Mumford esa pesadilla concluye, en la época en que escribe este prólogo, en la aberración nuclear. Es consciente de que el sueño de la Máquina, el gran mito inorgánico que ha llevado al orden nuclear, se había introducido en la mayor parte del sueño de la utopías, como lo denuncia en este libro, lo que no le impide pensar que la historia humana es tanto lo que ha sido como lo que pudo ser, y que la dureza de la realidad que se impone nunca es excusa para cerrar todo paso a la búsqueda de salidas para la humanidad. Así, en la utopía de William Morris, ve la clave para denunciar lo que es mortífero en el sueño del Progreso de la modernidad. Como nos dice a propósito de la utopía de Morris: «William Morris, por ejemplo, puede parecer demasiado alejado de Mánchester o de Mineápolis para resultar de alguna utilidad, pero por eso mismo se encuentra más cerca de las realidades humanas esenciales. Sabe que la principal dignidad del ser humano radica no en lo que consume, sino en lo que crea, y que el ideal de Mánchester es devastadoramente consumista.»
Ni que decir tiene que este primer libro de Mumford va despejando el camino hacia su concepción regionalista, contraria al Estado, al centralismo y a la destructividad industrial. Los que se acerquen a su lectura podrán comprobar que sus obras posteriores no hicieron sino ampliar y confirmar sus intuiciones de juventud. Para el lector que no conozca nada de Mumford el libro puede servir como una valiosa introducción a la historia de las utopías y a la vez como un acicate para descubrir el resto de las aportaciones de este autor.