Colectivo José Berruezo, CGT, 2014
Argelaga
Libro de gran interés, como todo lo que edita el colectivo o sus miembros por separado. La historia de la fábrica Cemoto S.A., donde se ensamblaba la famosa motocicleta Bultaco, refleja con exactitud la historia del movimiento obrero autónomo en sus tres etapas de despertar, plenitud y decadencia, puesto que el nacimiento, desarrollo y muerte de la conciencia de clase correspondieron a sucesivos momentos de un tipo de capitalismo fabril, que reposa bajo tierra desde hace casi tres décadas.
En 1961 se constituía el jurado de empresa, órgano en la fábrica del sindicato vertical encargado de mediar entre los trabajadores y la dirección. La posición obrera se centró en torno a detalles relativos a las condiciones cotidianas de trabajo: el tiempo del bocadillo, el calendario de vacaciones, el vestuario apropiado, los armarios, lavabos, etc. No fue hasta junio de 1964 cuando se planteó la subida de salarios, aunque la primera protesta no se produjo hasta abril de 1967 y consistió en la negativa a realizar horas extras. El hecho marcó un hito, puesto que quién trató con la empresa no fue el jurado, sino una «comisión de obreros», que contaba con el respaldo de todos. El conflicto traslucía un cierto grado de autoorganización obrera, necesario contra una dirección paternalista que no aceptaba el menor cuestionamiento de su autoridad. Alrededor de las discusiones del primer convenio colectivo de la fábrica se establecieron los primeros peldaños organizativos serios, llegándose a editar en septiembre de 1971 el primer número de un boletín clandestino titulado «Caballo Loco».
La firma del convenio acordada por el jurado y la empresa dejaba todas las cuestiones laborales planteadas en suspenso, en detrimento de los trabajadores. A partir de ese momento, la voluntad obrera se distancia radicalmente de sus representantes legales, cuya posición tenía que atenerse a las directrices de la jerarquía del Vertical, hasta el punto de desautorizarlos. La determinación de los obreros les empujó a la celebración de asambleas dentro de la fábrica, algo totalmente prohibido. En la asamblea habían descubierto la herramienta de la unidad y, por consiguiente, la de la fuerza. Podía decirse que en la asamblea se estaba cuajando la conciencia de clase. El proceso no ocurría solamente en Bultaco; ya estaba sucediendo a su ritmo en otras fábricas como la Maquinista, Harry Walker o Seat, dando lugar a los mismos acontecimientos.
Las tensiones con la empresa, provocadas principalmente por el cobro de primas y el cronometraje, fueron el origen de la primera huelga, todavía parcial, en octubre de 1971. Las reivindicaciones no permanecían en la intimidad de un jurado, sino que circulaban impresas en octavillas. El 25 de mayo de 1972 se inició un nuevo boicot a las horas extra, que condujo a una negociación directa con la empresa y marginó definitivamente al sistema franquista de jurado y enlaces. La solidaridad con otros conflictos empezó a discutirse con normalidad y dio pie a movilizaciones y paros, como el que provocó la muerte por la policía de un obrero de Copisa, empresa que construía la central térmica de San Adrián del Besós. En junio de 1973, se negoció el segundo convenio acompañado de paros parciales y se obtuvieron mejoras salariales importantes que el jurado quiso atribuirse. Las tensiones con el jurado, en connivencia total con la empresa, llegaron al máximo y forzaron su dimisión. Las hojas clandestinas de Bultaco empezaron a firmarse como «organización de clase». La cuestión de la AUTONOMÍA OBRERA aparecía en primer plano. La asamblea era el órgano de discusión y decisión superior, de la que debería surgir una «comisión representativa» cuya función no sería la de negociar, sino la de informar a la dirección de las decisiones asamblearias. Tal organización resultó mucho más efectiva en la obtención de demandas laborales que el jurado, pues mantuvo una presión constante contra la empresa sin el menor desgaste por parte de los obreros.
La carestía de la vida agravó la situación material de los obreros que, ante la postura cerrada de la patronal del Metal durante la negociación del convenio provincial, llegaron al conflicto abierto. Hubo bastantes sancionados y despedidos, cosa que obligaba a un pulso mayor entre ambos bandos. Con absoluta discreción, se crearon cajas de resistencia. El 5 de abril de 1976 los obreros de Bultaco iniciaron un paro de acuerdo con el ramo, que en pocos días se convertiría en indefinido. Era su primera gran huelga, lo que representaba un salto cualitativo en la lucha. Marchas por el polígono industrial de San Adrián, asambleas generales del sector, cargas de la guardia civil, detenciones, contusiones, nuevas asambleas, asambleas de sección para facilitar más aún la participación… fueron el pan de cada día hasta que, al cabo de un mes, con las negociaciones rotas, empezaron a enfriarse los ánimos y surgieron esquiroles. El 21 de mayo la asamblea de los trabajadores de Bultaco decidió volver al tajo, aceptando cuatro despidos. Los altercados con los compañeros esquiroles se hicieron notar. Mientras tanto, los despidos fueron declarados improcedentes.
La huelga del Pequeño Metal de la provincia de Barcelona marcó un antes y un después en el movimiento obrero catalán, pues en ella se alcanzaron las cotas más altas de unidad, solidaridad y autonomía. Sin embargo, los obreros se atuvieron a cuestiones laborales, nunca políticas, cediendo en ese terreno la iniciativa a los partidos. Con ello, se limitaban a cambiar la fábrica, no la sociedad. Justo un mes antes, la masacre de Vitoria había quebrado la ofensiva obrera, bloqueándose la confluencia de luchas y cualquier formulación autogestionaria. Los sindicatos fueron legalizados y los partidos firmaron los Pactos de la Moncloa, fijando barreras a los salarios y límites a las asambleas. Los trabajadores de Bultaco creyeron que afiliándose a la CNT preservarían la dinámica asamblearia, argucia que funcionó durante un corto periodo de tiempo.
La segunda gran lucha de Bultaco empezó el 20 de diciembre de 1979 y duró más de seis meses. Esta vez, los enemigos no solamente eran de fuera sino de dentro. La sección de UGT trató en todo momento de boicotear la acción de las asambleas. La crisis del sector se estaba haciendo notar y los obreros se encontraron de pronto con la falta de liquidez de la empresa, que empezó a adeudarles retribuciones. En el curso de la huelga, la viabilidad de la fábrica quedó en entredicho y de la defensa del salario se pasó a la defensa del empleo, fase que caracterizó el ocaso del movimiento obrero. El capitalismo se modernizaba y globalizaba liquidando los sectores productivos estancados y poco competitivos. Las horas de Bultaco y las del movimiento obrero asambleario estaban contadas. La empresa cerró en 1983.
Retroenllaç: Bultaco. Del mito a la realidad (1958-1983) – Revolución Permanente·