El bosque que avanza. Los Diggers: una lucha por la tierra y la justicia (1649)

Extractos del folleto editado por Bibliothèque-infokiosque de la Grand rue, St-Jean-du-Gard (Cévennes) marzo de 2014.

Jean-Luc, Paul y Toni

En 1641 estalla la guerra civil entre el rey de Inglaterra y el Parlamento por el poder de la monarquía. Después de las derrotas militares en Marston Moor (1644) y en Naseby (1645), el rey Carlos I huye a Escocia, pero en 1647 cae en poder de los rebeldes ingleses comandados por Oliver Cromwell, y es puesto bajo arresto domiciliario. La guerra se transforma en una revolución. Las ideas radicales circulan por todas partes, particularmente entre los soldados parlamentarios de la New Model Army, muy influidos por las palabras de los agitadores Levellers (Niveladores). El historiador Christopher Hill cuenta que “la victoria del Parlamento inauguró un periodo de extraordinaria efervescencia intelectual”, donde “todo, literalmente, parecía posible.” Cromwell teme una segunda revolución, igualitaria y libertaria, y en 1649, con el fin de apaciguar a los radicales en sus propias filas, manda ejecutar al rey. Ese año, un grupo de revolucionarios, los Verdaderos Niveladores o Cavadores (Diggers), llegan a la colina de Saint George, en el sur de Inglaterra, para convertir la teoría en acción…

El proyecto Diggers

Los Diggers establecen su comunidad en un escenario de cuento. Añadirán entonces una narración a todas las demás existentes desde la noche de los tiempos.

Este proyecto comunitario le fue revelado al que será el portavoz de los Diggers, Gerrad Winstanley, en un sueño profético, o en un momento de éxtasis, segun Hill. Winstanley se presenta como un profeta, instrumento de la voluntad divina, cuyo fin es ayudar a los hombres en un momento de confusión.

La revelación es sencilla y puede concretarse en una frase: “trabajad juntos, trocead el pan juntos.” Añade algo más adelante quien se resuelva a trabajar y comer con todos los demás, haciendo de la tierra un tesoro común, dará la mano a Cristo para liberar la creación de la servidumbre y lavar todas las cosas de la maldición original.”

Tal como se ve, la tierra es el tesoro, el lugar por donde existe la posibilidad divina de la vuelta a la inocencia original, al Jardín del Edén. Una tierra que deberá ser propiedad de la comunidad, donde no sólo se trata de trabajar juntos, sino de vivir juntos.

El programa será puesto en marcha casi inmediatamente por los Diggers, que ocuparán y cultivarán los bienes comunales baldíos de la colina de Saint George el 1 de abril de 1649, poco después de la ejecución del rey, en plena efervescencia revolucionaria. La comunidad durará hasta el verano de 1650. El objetivo de los Diggers está claro: se trata de organizarse “con aquellos a los que llaman gente del pueblo, con el fin de fertilizar y trabajar las tierras comunales.” Se encontrarán rápidamente ante las persecuciones de los propietarios del lugar, luego ante las del poder, hasta verse obligados a abandonar sus cabañas y las tierras cultivadas.

Pero la comunidad de la colina de Saint George no fue el único intento de los Diggers, puesto que otras comunidades se establecieron en varias regiones de Inglaterra. Por otra parte, la fama de su acción se extendió ampliamente gracias a los panfletos de Winstanley, que circulaban por todo el país. Además, los emisarios de la comunidad corrieron al encuentro de otras comunidades y de simpatizantes llevándoles cartas que pedían ayuda financiera.

Christopher Hill escribe: “La influencia de los Diggers se extendía pues a todo el sur y el centro de Ingraterra, desde Nothinghamshire y Northamptonshire hasta Gloucestershire y Kent.”

En un momento en que los pobres no tenían tierras y una parte de los trabajadores temporeros carecían de empleo, en que los ricos propietarios no dudaban en hacer prevalecer sus derechos de propiedad sobre las tierras comunales y en que los cercamientos continuaban produciéndose, el programa de los Diggers proponía una solución a la altura del problema: el cultivo colectivo de los terrenos comunales a manos de los más desfavorecidos.

El programa atacaba la propiedad y el ánimo de lucro. Había que volver al mundo de antes de la Caída y abandonar la propiedad privada y la compraventa de la tierra. Winstanley dijo a los propietarios: “mediante el puñal vuestros ancestros introdujeron en la creación el poder de cercar la tierra y apropiarse de ella; fueron ellos los que primero asesinaron a sus semejantes para pillar y robar la tierra que poseían; luego la legaron en herencia a vosotros, sus hijos.”

Asimismo había que erradicar el trabajo asalariado que reduce al pobre a la esclavitud, pues “la verdadera libertad está allí donde el hombre halla su alimento y su subsistencia, es decir, en el disfrute de la tierra.” La explotación era pues una vergüenza tanto para el explotado como para el explotador: “todos los ricos viven desahogados, se visten y se alimentan gracias al trabajo de otros, no al suyo; eso les avergüenza, no les ennoblece, pues recibe muchas más bendiciones quien da que quien recibe.”

El comercio ha de prohibirse puesto que se basa en el engaño: “cuando el género humano comenzó a comprar y vender perdió efectivamente su inocencia, pues desde entonces los hombres comenzaron a oprimirse y a despojarse unos a otros del derecho de nacimiento.”

Granos de utopía en Winstanley

Todo hombre libre disfrutará de la tierra para cultivarla o construir en ella, para ir a buscar en los almacenes lo que quiera, y sacará partido del fruto de su trabajo sin restricción alguna de nadie.
La ley de la libertad, Gerrard Winstanley, 1652

En su último escrito, después de la experiencia de los Diggers, “La ley de la libertad”, Winstanley elaboró una verdadera utopía en la que proponía devolver a los pobres el uso libre de los comunales, así como distribuir entre ellos las tierras tomadas a las abadías un siglo antes en exclusivo provecho de los terratenientes, y las de propiedad real, para que las cultivasen en común.

Se trataba de “liberar la tierra de cualquier servidumbre real de los señores y propietarios opresores…” pues “ni la tierra ni sus frutos deberían comprarse o venderse por sus propios habitantes…”

Esta utopía rural propone una organización social basada en el trabajo común de la tierra, liberado de las preocupaciones de la propiedad y del comercio. Cada uno de los miembros de tales colectividades disfrutaría de los frutos de dicho trabajo. Las cosechas serían llevadas a graneros propiedad de la comunidad para que todos sus miembros se beneficiasen de acuerdo con sus necesidades. De igual modo, las materias primas necesarias (cuero, lana, lino, trigo…) serían proporcionadas gratuitamente por la comunidad, los caballos se guardarían en establos comunes y los artículos de producción artesanal estarían a la disposición de todos en almacenes gratuitos (la idea de estos Free shops sería retomada tres siglos después por jóvenes radicales de San Francisco que la adoptarían como homenaje el nombre de Diggers).

Pues todos los productos de los campesinos y de los obreros del país serán bien común.” Sin embargo, cada cual tendrá su propia casa, separada del resto, y el amor libre será proscrito, o sea, “la comunidad de todos los hombres y todas las mujeres para copular”, cosa que si bien muestra los límites de la época, indica un planteamiento contemporáneo de la cuestión. Quienes no quieran participar en las comunidades no serán obligados a hacerlo, pero los que así lo deseen tendrán que cumplir sus reglas bajo pena de ser obligados a la fuerza. Una parte del programa se refiere a los castigos de la comunidad para aquellos que no respeten la ley común.

Podemos añadir que “La ley de la libertad” estaba parcialmente influida por las utopías del Renacimiento, especialmente por la célebre “Utopía” de Tomás Moro. El libro presentaba un proyecto de sociedad ideal basado en la agricultura: las ciudades se sostenían con granjas situadas en las afueras, donde la población se dirigía a trabajar periódicamente por turnos. Toda la población recibía una formación, no sólo en agricultura, sino también en albañilería y otros oficios artesanos.

En “La ley de la libertad” puede leerse: “¿en qué oficios hay que educar a los hombres? En todos los oficios, artes y ciencias, gracias a lo cual podrán descubrir los secretos de la Creación y saber cómo sacar partido de la tierra en el orden justo.”

Winstanley habla de cinco “fuentes que alimentan a todas las artes y las ciencias.” La primera es la agricultura. Luego le siguen la minería, la ganadería, la silvicultura y las ciencias de observación de la naturaleza. Cada una de dichas “fuentes” deriva hacia numerosas actividades, por ejemplo, la minería nos conduce a la química, la forja y la albañilería; la ganadería, al curtido, los tintes, los hilados, etc.

La utopía de Winstanley, a diferencia de la de Moro en la que subsisten formas jerárquicas, y a pesar de sus límites, desea la creación de una sociedad igualitaria donde todos trabajen para sí mismos y donde la producción de bienes sea puesta en común.

La naturaleza de las revueltas campesinas. La particularidad de los Diggers y de Gerrard Winstanley

Numerosos son los historiadores que coinciden en dar a la revuelta campesina un carácter supervivencialista (como el que se prepara para sobrevivir a una catástrofe) por un lado y pasadista (nostálgico del pasado) por el otro. De alguna manera, antes de la Revolución Francesa, la mayoría de revueltas o insurrecciones del mundo rural habían sido provocadas por necesidades materiales imperativas. El empobrecimiento del campo, debido a severos aumentos de las cargas fiscales y de los impuestos, sería una de las razones que explicaría la agitación creciente de las masas campesinas, a las que habría que añadir, por supuesto, la confiscación y expropiación de las tierras comunales, la anulación de los derechos consuetudinarios, etc. Esta interpretación no contrasta del todo con un modelo explicativo, materialista. En tal interpretación, la conciencia de la opresión, los valores morales, religiosos y demás son secundarios frente a las urgencias de las necesidades elementales.

Por otro lado, los levantamientos campesinos serían forzosamente conservadores, puesto que quedarían anclados en la restauración o el restablecimiento de antiguos derechos y costumbres amenazados por las transformaciones económicas y sociales provocadas por el capitalismo naciente de los siglos XV y XVI. Concluyendo, la comunidad campesina, de acuerdo con esa interpretación, sería incapaz de proyectarse en un futuro mejor, liberado de sus amos “malvados”. En lugar de esto las clases campesinas desempeñarían siempre un papel conformista, contentándose con la permanencia de estructuras y leyes que, en el mejor de los casos, asegurarían la tranquilidad de una modesta supervivencia.

Pero en la realidad, las cosas no son tan simples. La verdad es que la sencilla subsistencia material tiene un peso importante en los movimientos campesinos de todas las épocas, aunque también debemos tener en cuenta que la economía campesina descansa en un sistema de valores y una concepción de la vida colectiva. A la amenaza progresiva que las subidas de impuestos implicaba para la frágil economía campesina (el impuesto de la sal, la gabela, la talla…), se sumaba la inquietud de una pérdida de autonomía y de control de los recursos accesibles que eran centrales en la vida del campo. La nueva economía naciente no era sólo un elemento perturbador de los antiguos modos de subsistencia, también era una palanca para desplazar un mundo de relaciones entretejidas en el apoyo mutuo y el trabajo autónomo, incluso de manera precaria y parcial, en favor de otro mundo en el que la propiedad absoluta, la tierra transformada en bien privado y exclusivo, constituiría la norma. Así nos lo explica Eliseo Reclus en “El hombre y la tierra”:

Tal como lo señala Kropotkin, resultaría igualmente verdadero hablar de la muerte natural de los soldados muertos en el campo de batalla, que atribuir a una evolución normal y voluntaria por cuenta de los indígenas la extinción de las últimas trazas de las comunidades aldeanas. Cierto, éstas se extinguieron realmente en casi todas las comarcas de la Europa occidental, pero porque los decretos y la fuerza brutal las suprimieron. Al aumentar el valor de la tierra, los acaparadores de suelo, los señores o mercaderes, no hicieron más que apoyarse en las leyes que ellos mismos dictaban al Estado para anexionar gradualmente a sus dominios la mejor parte de las comunas aldeanas, aprovechando al mismo tiempo la ocasión para destruir hasta los últimos vestigios de su autonomía.”

La transformación de la tierra en propiedad absoluta en el curso de la cual aquella se convierte en una mercancía como las demás, desposeyendo al antiguo trabajador agrícola de cualquier derecho de costumbre constituye el paso previo indispensable hacia la industrialización efectiva del continente.

En ese sentido, la acusación de pasadismo lanzada contra la revuelta campesina toma un cariz distinto. Es verdad que en general los campesinos defendían los antiguos usos y costumbres, pero su resistencia a la modernidad no puede juzgarse desde el punto de vista exclusivo del viejo mundo de las jerarquías y la servidumbre. En el Antiguo Régimen subsistía, aunque fuese relativamente, una relación directa con la tierra que hoy no podemos siquiera imaginar. Fijémonos en cómo a partir de los siglos XV y XVI hasta el siglo XIX, tiene lugar una vasta ofensiva contra la propiedad comunal de la tierra y los diferentes derechos consuetudinarios tolerados bajo el Antiguo Régimen en una gran variedad de formas.

Por otra parte, no se puede afirmar sin más que la revuelta campesina carecía de proyección de futuro y de una crítica explícita del poder político. La intervención de Winstanley y de los Diggers demuestra por el contrario que ciertas reivindicaciones campesinas contenían una dimensión crítica y utópica que merece valorarse. Podemos ver cómo, por ejemplo, la insistencia de Winstanley en la importancia de la agricultura y del artesanado en tanto que elementos de base para un proyecto social resultan hoy totalmente válidos.

En esta época Winstanley parece un visionario. Pero, ¿cuáles son las condiciones sociales que favorecieron la aparición de los Diggers y los escritos de Winstanley? Hay que señalar que, antes que en el resto del continente, es en Inglaterra donde comenzó primero el proceso de expropiación de la tierra. Es pues en un país menor que Francia o España donde se plantea la cuestión de modernizar la agricultura, de acondicionar y ordenar el territorio bajo la presión de una población en alza. En Inglaterra, a diferencia de Francia, la corona no llegó a establecer una forma de poder centralizado durante los siglos XVI y XVII; su función política tenía menos peso, por lo que la nueva burguesía jugó un papel social de importancia creciente. Los propietarios ingleses necesitaban tierras para explotarlas de forma intensiva. El proceso de cercamiento (o “cerramiento”) de la tierra mantuvo un ritmo acelerado, lo que provocó una proletarización relativamente rápida de la población rural.

La originalidad de Winstanley consiste, entre otros muchos factores, en haber sabido reconocer con mayor eficacia la necesidad de administrar y cultivar la tierra permaneciendo en el marco de una sociedad “convivencial” e igualitaria. Sus ideas se dirigían contra el nuevo individualismo de la sociedad burguesa y capitalista.

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